- Una periodista de EL MUNDO comprueba ‘in situ’ cómo funcionan
- Los conductores ganan hasta 500 euros al día
Coger un coche en Ibiza en pleno mes de agosto es una aventura sólo apta para conductores con nervios de acero. Las carreteras de la isla se llenan de coches de alquiler pilotados por turistas que desconocen completamente el terreno y en muchas ocasiones circulan con el mismo desenfreno con el que por las noches se mueven en las pistas de baile de las principales discotecas.
Pero si difícil es circular, más complicado es coger un taxi. Estirar el brazo y pretender que alguno se pare en mitad de la calle es directamente imposible. Pude comprobarlo la pasada semana nada más bajar del barco. Cuando uno pretende hacerlo los conductores señalan la dirección en la que está la parada más cercana. Y allí, detrás de decenas de guiris, hay que hacer cola y esperar a que llegue tu turno.
"A Es Cavallet", dije nada más montarme en un vehículo una mañana soleada. Y después de disfrutar de un día en el mar, empezó la aventura de vuelta a la ciudad.
A las 20.30 sale el último autobús desde la playa de Las Salinas. Mi acompañante y yo lo descubrinos a las 20.40, frente a supermercado situado pocos metros antes del desvío a la playa nudista más famosa de Ibiza. Pero no nos importó demasiado. Gracias a las nuevas tecnologías y a que no nos separamos de ella pronto localizamos los números de las centrales para solicitar un taxi.
Una llamada. Otra. Otra... Y así hasta una veintena. Nadie respondía al otro lado del teléfono. Después de una hora, cuando ya empezó a cundir el pánico, un joven estacionó ante nosotros. "¿Necesitáis un taxi?", espetó.
Aunque no se identificaba como servicio público oficial decidimos montar ante la idea de pasar la noche al raso. El precio fue estipulado segundos antes. Más bien impuesto por el conductor. "20 euros por ir de aquí a Ibiza. Hoy no os puedo cobrar menos", sentenció.
No era la primera vez que hacía ese trayecto aquel día. A decir verdad desde que cogió el coche no había parado de hacerlo una y otra vez. "Pero, ¿No os controlan?", pregunte. La respuesta fue afirmativa. Por eso, el coche con el que "trabajaba" era de alquiler. Y cada cierto tiempo, lo cambiaba.
"Antes la Policía te multaba, pero como nadie pagaba, ahora te quitan el coche y tienes que pagar 3.000 euros para recuperarlo", asevera el taxista pirata. Y aun así, compensa. Los riesgos son pocos: burlar la ley es más fácil cambiando continuamente de vehículo y las compañías de alquiler prefieren hacerse cargo de la multa a pleitear con sus clientes, algo que resulta aún más costoso.
Las carreteras de la isla están llenas de marroquíes. En su país van a trabajar por 15 euros al día. En Ibiza, en temporada alta, pueden llegar a ganar hasta 500. Con eso, después del verano, desaparecen.
Los locales con coche propio utilizan los que tiene a punto de llevar al desguace para el negocio. "Tengo un amigo que le ha hecho millones al coche. No tiene miedo a que se lo quiten. Esta muy 'cascao' y más que amortizado", confiesa el joven.
Dependiendo del precio que hayan pagado por alquilar el coche, las tarifas por trayecto también fluctúan. "Ayer no había nada. Hoy he sacado esto por 74 euros y parece el coche de un fontanero. No me gusta mucho porque es muy grande y canta mucho. Y ahora hay mucho control. El jueves es el mejor día porque no lo hay, puedes hacer lo que quieras", sostiene nuestro conductor, que conoce al dedillo el entorno en el que se mueve.
Él ha tenido suerte. Lleva seis veranos trabajando en la isla. Con lo que gana en cuatro meses le da para pasar el resto del año en Burgos. Allí trabajaba como vigilante de seguridad, pero decidió dejarlo. "Me pagaban mal. Además es que me aburro en los trabajos. Me gustaba vender pisos, pero mira cómo ha acabado el tema", confiesa al tiempo que reconoce que seguirá saliendo a las carreteras ibicencas cada año para hacer su agosto.
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